Seguidores de paisajes increibles

AITUTAKI, EL TESORO DE LOS MARES DEL SUR part 2

Rarotonga, la isla principal de las Cook, es lo más parecido a tierra firme para los habitantes de Aitutaki y de otros islotes, y parece un penacho de picos volcánicos que guardan valles estrechos cubiertos de densa vegetación., Una versión en miniatura de Tahití, la gran isla de la Polinesia Francesa. Avarua es la pequeña capital pero, al contrario que en Papeete, la vida parece desarrollarse allí todavía sin prisas. Al entrar en el puerto, desde la cubierta de cualquier velero que busca su camino por la abertura de la barrera de corales, Avarua muestra una imagen de otro tiempo, la de un pequeño puerto comercial del siglo XIX, que bien pudiera haber sido descrito por Stevenson, Melvilla o Somerset Maugham.
Junto a algunas construcciones modernas todavía abundan almacenes como los que antaño se utilizaban para guardar la copra, pequeños barcos anclados a buen recaudo y las montañas intactas tapizadas de verde como el telón de fondo. Al saltar al muelle desde el barco y vagabundear por las calles se ven, naturalmente, coches, bancos y antenas de televisión, pero también viejas casas de amplias terrazas abiertas a la brisa del mar, pequeñas tiendas en donde se vende un poco de todo, iglesias construidas con blanca piedra coralífera y un ambiente tranquilo perdido ya en otros muchos lugares del Pacífico.
Y si en Rarotonga todavía es posible sentirse vagando por lo que era la Polinesia de antaño, esta sensación aumenta al partir hacia Aitukaki, perdida a más de 250 kilómetros de distancia. Cuentan las viejas historias que fue colonizada hace siglos por Ru, un guerrero que llegó hasta sus orillas arrastrado por una tormenta. Con sus cuatro esposas, cuatro hermanos y veinte vírgenes colonizó la isla.
En Aitutaki siempre se vive al borde del mar. En Arutanga, junto al muelle, se agrupan algunos hoteles pequeños y oficinas, y es lo más parecido a una aldea. En sus bares, bajo los ventiladores perezosos que giran en los techos de troncos de palmera, todavía se refiere que por aquí pasó en 1789 el capitán Bligh a bordo de la Bounty, exactamente diecisiete días antes de que se produjera el más famoso motín de la historia de la navegación del Pacífico.


Además de visitar las playas, el visitante puede encontrar las iglesias más antiguas de Cook –encaladas y refulgentes bajo el sol del trópico-, donde los domingos mujeres tocadas con sombreros blancos combinan los himnos protestantes y los cantos polinesios.
O recorrer las aldeas caminando entre plantaciones de limoneros, de bananos, de cocoteros; asistir sin complejo de turista a una representación de música y bailes tradicionales; iniciar la subida a la colina de Maunpagu o perderse por bosques sombríos y fascinantes. Pero en Aitutaki no hay nada comparable a emprender una travesía por la laguna. Recorres estas aguas tan hermosas que parecen irreales es lo más parecido a vivir el sueño del trópico.
Aquí todo es plano, sólo hay agua y cielo alrededor, y la barca que se mueve marca siempre el centro de un espacio extraño, luminoso hasta la exageración y de un azul perpetuo. Después de un tiempo impreciso, difícil de calcular, ya que no se siente el haber viajado en el espacio, se llegará a un islote, unos de los doce motus del arrecife, que quizá parecerá sacado de un sueño. Allí se dejarán pasar las horas bajo el sol tropical, buceando, recogiendo conchas en la playa, preparando una barbacoa de pescado o dando en dos minutos la vuelta completa al islote. Por un momento todo es sencillo, como el horizonte. No es de extrañar que uno pueda sentir que ha encontrado aquí el paraíso soñado.

0 Responses

Publicar un comentario